Skip to main content
Regreso a Guinea Bissau y poco o nada ha cambiado, ni el cambio político ha empezado a notarse y dudo que vaya a hacerlo.
Los días siguen pareciendo semanas.
Sigo sorprendiéndome con ejemplos de lucha, de vida o de intenciones.
He visto a gente con heridas abiertas y escalofriantes, en España me hubiera desmayado; dermatitis tremendas en mujeres, niñas y niños, tuberculosos trabajando, casos de malaria, los yigán que siendo bichos tan pequeños escarban en tu piel como sanguijuelas y te hacen agujeros terroríficos, yo misma los estoy sufriendo… Pero lo que más me ha impactado ha sido una conversación, una historia familiar dramática que me hace reflexionar.
Las palabras de una mujer inteligente y fuerte, madre de infinita descendencia, casada con el profesor del pueblo y muy respetada, querida por sus conocimientos y su atención con la comunidad.
Pensé que ella sería feliz, con esa posición mejor a la de sus vecinas y con un hombre que la tiene en consideración, pero no estuve acertada.
Me contó que llevaba meses triste y pensando en como sería ese futuro que se iba a buscar. Pensaba en meterse en una patera con su familia.
Volvió a explicarme que de su pueblo habían partido 4 pateras y de ellas, sólo 2 habían llegado a España, a tierra. Las otras se hundieron…
Y ella aún así quería intentarlo, tenía que darle un futuro a su descendencia. En su pueblo no había comida, sólo ahora y en esta época, tomates y arroz; y a veces pan. Y no había opción, explicaba su historia y se entristecía; no, no quería eso para sus hijas e hijos.
Yo no sabía que decir, sólo pensaba en gritarle que “no”, como se podían arriesgar la vida sabiendo que la mitad probablemente morirían. Tomé aire y le conté como acoge España a los inmigrantes irregulares.
Me sonrió, siempre sonríe, y me dijo que nos veremos en España algún día.
Ella no es un caso excepcional, muchas personas de estos pueblos planean su futuro de la misma forma.
¿Si sólo la mitad han sobrevivido en las pateras, tú dejarías tu casa y tus tierras y meterías a tu familia ahí?
Me siento privilegiada por nacer en otro país, porque mis preocupaciones son banales, porque no conozco esta desesperación en mi carne.
La vida de mucha gente es un drama.
Aquí la gente no come bien, no hay suficiente comida ni para los que podemos comprarla.
No hay hospitales cerca, ni carreteras, ni esperanza.
Es un país que necesita muchos cambios.
Y quizás nuestros pensamientos deben ir más allá para ver que mueve a la gente a arriesgar sus vidas en mortíferas aguas para llegar a  países que no acogen con las manos abiertas.
Quizás debamos recordarnos que somos personas privilegiadas.
Lorena Marrozos
Compártenos