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Sé que a lo mejor es un poco tarde a estas alturas del año realizar una crónica de la experiencia que viví durante este verano, pero como se suele decir “mejor tarde que nunca”. La verdad es que este último viaje lo podría definir con una sola palabra: familia. Y es que para mí ha sido un viaje un tanto especial, que he tenido la suerte de  compartir con las personas que más quiero en este mundo y… aparte de eso me he sentido parte de toda y cada una de las familias que habitan en Varela a medida que iban pasando los días. .Cada vez más y más las personas que allí viven me demuestran que puedo contar con ellas para todo y que pase lo que pase siempre voy a tener un sitio donde dormir o un plato de comida a pesar de que eso les pueda costar a ellos reducir su porción. Todas estas pequeñas cosas hacen que esté enganchada a esta tierra y que año tras año cuente los días para volver a estar con ellos, con mi familia.


A parte de esto este viaje también ha estado lleno de momentos muy especiales y de experiencias mágicas, las cuales me llevo en mi mochila siempre que vuelvo a España. Entre ellas quiero destacar alguna como el llamado “proyecto biblioteca” en el que tuve la suerte de participar durante mi estancia en Guinea y a través del cual pude establecer contacto con otra de mis pasiones en esta vida: los niños. A partir de este proyecto he podido descubrir también la complicada situación en la que viven estos niños y niñas de Varela que en muchas ocasiones no podían asistir a nuestras aulas porque tenían que ayudar a sus madres, ir a recoger la cabra al campo, ir a la escuela coránica… Toda esa serie de impedimentos que los niños europeos no tienen se presentan en sus vidas provocando que estos, a pesar de morirse de ganas por venir, en muchas ocasiones no puedan estar un rato en el aula haciendo sumas, restas, coloreando… Es en estos momentos en los que me planteo y me doy cuenta de lo mal repartido que está este mundo y de que muchos niños de nuestra sociedad deberían de conocer este tipo de situaciones que vive gente de su edad para así darse cuenta de la suerte que tienen por poder ir a clase todos los días y tener una silla donde sentarse o un cuaderno y un boli para escribir en vez de intentar poner múltiples excusas como la de que están enfermos para ver si así se libran del colegio.
Principalmente esta podría decir que fue mi gran lección durante el viaje: “el valor que tienen muchos niños que luchan contra viento y marea para poder asistir a la escuela aunque eso les suponga tener que caminar durante unos cuantos kilómetros, en la mayoría de los casos, o tener que ir andando bajo una gran tormenta (en el caso de la época de lluvias) sin chubasquero ni paraguas que les proteja”.
 
Una vez más le quiero dar mil y una gracias a la persona que más quiero en este mundo, mi madre, por hacer posible que año tras año pueda vivir todo este tipo de vivencias y pueda aprender tanto de esta maravillosa tierra.
Ahora mismo me toca vivir la que sin duda es para mí la parte más dura de todos los viajes… el momento regreso. He de decir que aunque físicamente ya haya sucedido hace más de 2 meses una gran parte de mi mente y de mi corazón sigue en Guinea con todos esos niños y niñas y actualmente también con mi madre, a la cual durante 3 largos meses tendré exactamente a 5059km de mí y de la cual me siento realmente orgullosa por todo lo que ha luchado y por todo lo que ha conseguido en esta vida a base de esfuerzo y dedicación. Porque ella al igual que los niños y niñas de Guinea también lucha contra viento y marea para conseguir sacar día a día este gran proyecto adelante.
 

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