(Para El Correo) Francisco Rey y Jesús A.
La tragedia que vive Haití tras el potente terremoto del pasado día 13 y las enormes dificultades a las que se está enfrentando la ayuda internacional están teniendo efectos preocupantes en gran parte de los medios de comunicación y de los profesionales periodísticos. Medios que jamás han dedicado una línea o un minuto a Haití, que nunca informaron de la dramática situación que vivía el país desde hace décadas, que no comunicaron, por ejemplo, la retirada del contingente español de MINUSTAH en el año 2006 para enviarlo a Afganistán, que no hablaron de los efectos de las políticas de los organismos financieros internacionales sobre el país, que no se ocupan de las cuestiones humanitarias, devienen hoy en expertos solidarios y pontifican sobre lo que hay que hacer, sobre lo mal que va todo, permitiéndose aconsejar con soberbia a los organismos humanitarios y de cooperación.
Tertulianos que jamás han visto a un pobre, que desconocen totalmente los más elementales conceptos sobre cooperación al desarrollo o acción humanitaria, que no han participado nunca en la respuesta a desastres o situaciones de conflicto, que a renglón seguido pasan a hablar de cualquier trivialidad de los asuntos del corazón, nos sermonean a cada rato sobre la incompetencia de la ONU, las heroicidades de los expatriados, las bondades de los militares estadounidenses.
Ya de paso, se permiten también recomendar que colaboremos con la ONG de algún amigo de ellos, o con un cura de un pueblo, que él/ella conoce, y que es muy caritativo y con el que se garantiza que “la ayuda llega´´. Algunos, incluso, se atreven a manejar la jerga humanitaria y nos hablan de que “esto no habría sucedido si les hubiéramos enseñado a.“. No hay en sus palabras ninguna alusión a la brutal colonización, a las crónicas invasiones estadounidenses del país, a las dictaduras de los Duvalier, al controvertido mandato de MINUSTAH. Todo vale, nos dicen otros tertulianos, pues el fin solidario es bueno. En resumen: barra libre para la solidaridad de “todo a cien´´.
Para quienes dedicamos nuestro tiempo y esfuerzo al análisis y a la práctica de la acción humanitaria resulta insufrible encontrarse con este tipo de cobertura mediática. Salvo honrosas excepciones, estamos ante un comportamiento oportunista y desinformador que contribuye a dar una visión del desastre, de sus causas y de las dificultades de la respuesta, absolutamente banal, autocomplaciente y descontextualizada.
En demasiados casos nos encontramos ante un reportero que, mientras pasea -ésa parece ser la nueva moda de la información en directo-, nos narra, sin el menor pudor ni filtro ético o profesional, cualquier cosa que se le ocurra, mostrando el sufrimiento del pueblo haitiano y opinando, eso sí, sobre la ayuda que no llega, sobre lo que habría que hacer, sobre casos puntuales que no pasarían de ser anecdóticos y que él o ella convierten en la norma. ¿Mostró ese mismo reportero imágenes similares tras el atentado del 11-M en Madrid? ¿Se paseó, acaso, entre los restos de los cadáveres de los incendios forestales de Guadalajara, mientras trasmitía su crónica? ¿Tal vez vale más una vida humana en nuestro país que en Haití para quien así pretende informar?
Solemos decir en el sector de la cooperación que medios de comunicación y organizaciones humanitarias estamos condenados a entendernos, estableciendo adecuados cauces de relación y sinergias. Así debe ser y así tratamos de hacerlo desde el IECAH, con un sostenido esfuerzo a esa tarea que, en ocasiones, ha tenido buenos resultados.
Por eso, y ante la gravedad de esta crisis y el inadecuado tratamiento que se le está dando, resulta obligado reaccionar. Por favor, no envíen más reporteros a Haití, ni más fotógrafos para hacer la dramática foto que les permita ganar el Pulitzer. Ya tenemos bastante. Expliquen las causas de lo que pasa, consulten con quienes llevan años trabajando en el país, en ayuda humanitaria, en cooperación al desarrollo, en derechos humanos. Y, sobre todo, pregunten a los haitianos, a los líderes de las organizaciones locales, a los investigadores sociales -que los hay y muy buenos-, incluso a los políticos. No traten a todo un país como mera víctima paralizada en espera de ayuda. No recurran solo a las imágenes de caos y rapiña o a los estereotipos de corrupción y violencia. Claro que de eso siempre hay tras un desastre, ¿alguien lo desconocía? Y también heroísmo y entrega. Respetemos, por favor, la dignidad del pueblo haitiano.
Fuente: Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria