Valencia, enero de 2020… miércoles… me pongo una copa de vino tinto, es mi manera de abrir el cajón de los recuerdos, esos recuerdos que anidan en mi corazón y que intuyo imborrables, eternos. Me llamo Esther, Esthertxu para muchos de mis conocidos y amigos, Telu para mi familia, y soy estrella en toda su extensión y dimensión. Según mi creencia de que las casualidades no existen, fueron las “causalidades” de la vida las que pusieron a Miradas al Mundo en mi camino, los cuales me dieron la oportunidad de vivir una experiencia de esas que te ensanchan el alma y que, añado, a nivel personal ha sido clave.
Pues bien, me gustaría comenzar mi relato con mi llegada a Bissau el 10 de octubre de 2019… ¡Dios, esa noche creí morir!, pues aunque no era mi primera noche en África, y he de reconocer que aguanto el calor bastante bien, nunca sospeché que las condiciones climatológicas fueran tan extremas… ¿32 grados a las 22 horas? ¿70% de humedad relativa? ¿En serio?. Sin embargo, y afortunadamente, Varela era diferente… Varela es el paraíso. Varela es la tabanca (aldea en castellano) donde tiene su sede Miradas y donde se desarrolló mi labor de voluntariado. Mi trabajo consistió en poner patas arriba el funcionamiento del espacio educativo que tiene la ONG: la biblioteca. Mi visión de la educación coincidía plenamente con María y Auxi, pues las tres queríamos trabajar la inteligencia emocional y darle un giro a la educación con nuevas metodologías que potenciarán el aprendizaje desde el juego… básicamente dejarles a los niños ser y soñar, darles voz y lugar, dotarlos de carácter crítico, fomentar los valores humanos, y todo eso hacerlo desde dentro, es decir, formando a los profesores locales, como Sidico, para que fueran el motor del cambio social tan necesario. Por poneros un poco en situación, a la biblioteca acuden diariamente, en turno de mañana o de tarde, unos 30 niños de edades comprendidas entre los 6 y 15 años. Esos niños, “nuestros niños”, viven circunstancias durísimas, tan duras que a nuestra mente occidental le cuesta asimilar que ocurran… y a pesar de ello son puro amor; estoy segura de que si los conocierais os enamoraríais inmediatamente de ellos… como lo hice yo. Todos tienen una historia a sus espaldas e infinidad de talentos, tienen ingenio, curiosidad, una ilusión que contagia y una alegría desbordante… ¡son auténticos maestros de vida!.
Podría contar innumerables anécdotas y sensaciones de mis dos meses en mi hogar africano, tantas que El Quijote lo catalogaríamos de cuento infantil, sin embargo he decidido contar dos muy especiales y totalmente diferentes. Una tiene que ver con cómo esa tierra supone un regalo sensorial indescriptible… cierro los ojos y vuelvo a estar allí, a escuchar el rugido del Atlántico, cual hilo musical, mientras conversamos cenando en el yemberé, y vuelvo a quedarme fascinada observando el manto de estrellas, alguna que otra fugaz, antes de irme a dormir y tras la “responsabilidad”, autoimpuesta y a modo de ritual, de apagar la última luz que impide que toda clase de bichos se cuelen en la habitación… y sí, también sigo maravillándome del fromager (un tipo de árbol) que majestuosa y amorosamente nos vigila en la parte trasera de Miradas, … y a sentirme bendecida por poder disfrutar del espectáculo del atardecer desde el lugar sagrado de los felupes… y vuelvo a ser consciente del uno y del todo en la solitaria playa de Varela…”nuestra playa”. Estar en África no es vivir en la naturaleza, es ser la naturaleza, es volver al origen, a lo primigenio… te conecta de tal modo que ya no hay retorno, te enamoras de por vida.
El otro instante especial es humano y tiene como protagonistas a los niños de la biblioteca… aquí no me hace falta cerrar los ojos para volver al instante en el que gracias a ellos, y de su mano, aprendí la importancia del dar y recibir. Ese jueves era día de taller y decidimos hacer taller de masajes en los pies (bien saben los que me conocen cómo me gustan los pies!… bueno, y los masajes también… jajajaja); para mi es una herramienta fabulosa para conectar, empatizar y compartir; además contábamos con un material de primera, el Karité puro!. Quizá por mi pasión por masajear pies ajenos, ya que es mi forma de cuidar y honrar al otro… siempre en mi corazón ALVINA, y también porque estaba en mi rol docente (deformación profesional) me centré en dar el masaje a cuantos más niños mejor. Recuerdo que mientras focalizaba mis esfuerzos en dar, pensaba en lo que me costaba permitirme recibir en muchas ocasiones… y en éstas me encontraba cuando zassss, llegó la magia; de forma espontánea varios niños comenzaron a masajearme simultáneamente piernas, brazos, cuello, rostro, incluso algo de karité aterrizó en el pelo, llegando a tumbarme e inmovilizarme!!… ufff… sin lugar a duda fue uno de los momentos más felices, más intensos, más puros que he sentido… fue una concentración de dicha, un chupito de vida… la lección del recibir la aprendí de una forma amorosa, dulce y divertida, pues no podía para de reír y sonreír!!… estoy convencida que en esos instantes mi corazón se ensanchó, me sentía plena!!.
Y podría seguir contando anécdotas hasta el infinito, mas no quiero finalizar mi relato (ya me estoy pasando de la extensión permitida… jajaja) sin los agradecimientos pertinentes, que son muchos y muy sentidos. En el saco de las GRACIAS meto a todos aquellos con los que me crucé a lo largo de los dos meses: trabajadores de Miradas, gente de Varela y alrededores, amigos de Senegal… porque cada uno contribuyó a que mi experiencia fuera como tenía que ser. Sin embargo, que fuera única y especial se debe mayormente a 2 personas: a mi compañera Miriam, la gemela solitaria que me mostró la “oscuridad” y la esperanza, gracias por ir a la par conmigo; a Auxi “Lola”, a la que admiro profunda y sinceramente, gracias por ser y estar siempre.
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