Todo comenzó en el momento en el que mi madre me dijo que, durante este viaje, iba a poder formar parte del equipo del primer campamento organizado por Miradas para los niños de la región de Bafatá. Fue entonces cuando la ilusión, los nervios y las ganas de hacer mil cosas con todos ellos comenzaron a meterse por mi cuerpo a gran velocidad, provocando un sentimiento de deseo máximo por la llegada de aquel 4 de abril de 2019, día en el que una vez más me subí a un avión destino Guinea Bissau.
Una vez allí parecía que nunca iba a llegar el día en el cual los acampados aparecieran en Varela. Pero tras una semana ese momento llegó y de este modo quedó inaugurada una de las aventuras más enriquecedoras de mi vida.
Aún tengo grabadas en la mente aquellas caras que los niños pusieron cuando, tras haber colocado sus cosas, les fuimos a enseñar el mar por primera vez. Parecía que se les iba a salir el corazón del pecho, reían y se divertían con aquel elemento, desconocido para ellos. Fue en este instante en el que me di cuenta de que a veces, con muy poco, puedes cambiar de forma asombrosa la vida de las personas.
A partir de aquí cada día de mi viaje se convirtió en un constante aprendizaje.
Aprendí que a veces la convivencia entre personas de diferentes culturas puede llegar a complicarse en ciertas situaciones, pero que a su vez, empleando el diálogo, no existe nada que no tenga solución; aprendí a valorar el día a día y a disfrutar de cada momento con todos los niños y las niñas que formaban parte del campamento o que venían corriendo todas las mañanas desde sus casas para unirse a este; pude darme cuenta de la importancia que tiene un abrazo o el hecho de sentirte escuchado en determinados momentos de la vida de las personas; aprendí a dejarme llevar, dándome cuenta al mismo tiempo de que en África es imposible intentar establecer cualquier tipo de programación ya que esta dará un millón de vueltas y nunca será como al principio… Pero en parte esa ha sido la verdadera esencia de este viaje, que cada día me levantaba sin saber lo que el universo y aquellos niños maravillosos tenían preparado para mí. Cada día todos y cada uno de aquellos pequeños me enseñaban a valorar lo bonito que es vivir a pesar de las circunstancias en las que te encuentres.
A raíz de esto pude darme cuenta de que deberíamos dar las gracias más a menudo por todo lo que tenemos y por tener a nuestro lado personas que nos quieren y nos apoyan.
Por último, en este caso, soy yo la que quiero dar las gracias por esta experiencia maravillosa, la cual no habría podido realizar sin el esfuerzo de todas las personas que luchan día a día, aportando su granito de arena, con el objetivo de que Miradas al Mundo siga funcionando tan bien, o incluso mejor que hasta ahora. Quiero darle las gracias a mi madre, por confiar en mi para llevar a cabo la organización del campamento; a mi super compi del equipo de monitores, Martín, cuyo apoyo constante fue crucial para no llegar a desesperarme en ciertas ocasiones y por último a todos y cada uno de los niños y las niñas que participaron en esta espectacular iniciativa durante esos siete días cargándome de energía y acariciándome el alma con cada una de sus sonrisas.
Llevo ya casi una semana en España y la verdad es que mi cabeza aún no ha aterrizado del todo, ha sido un viaje muy especial y una experiencia inolvidable que espero repetir de nuevo en cuanto tenga la oportunidad con el objetivo de poder así continuando con mi constante aprendizaje.
Alicia García Martínez.
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